Hace unos días llevé a mi hijo a un partido de fútbol de primera división. Tienen 8 años y juega en el equipo de fútbol de la escuela. Cuando voy a verle jugar me avergüenza el sentarme junto a otros padres, el público, que parecen trasformarse al ver un balón rodar sobre el césped del terreno. El nerviosismo, la ansiedad, el lenguaje, vocabulario y faltas de respeto, se apoderan de ellos.
Pero aunque parezca sorprendente, eso se queda corto con lo que ocurre en un campo de primera división. Y es entonces cuando me pregunto: ¿Qué tiene de educativo el fútbol?
- ¿Los insultos que se dirigen los jugadores?
- ¿Los mensajes a las madres de los árbitros que dirige el público?
- ¿Las blasfemias que declaran las personas sentadas junto a ti?
- ¿Los mensajes en contra la Declaración Universal de Derechos Humanos que sueltan las aficiones?
- ¿El mensaje que para ganar vale todo?
- ¿El lema: mientras no lo vea el árbitro haz lo que sea para marcar?
Y entonces te preguntas… ¿Qué hago yo aquí con mi hijo de 8 años?
P.D.: Tristemente esto se repite en muchos otros deportes aunque de una forma no tan exagerada
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