Leyendo o escuchando las noticias que aparecen en los medios de comunicación, uno puede pensar que las barbaridades realizadas por algunos padres son cada vez más frecuentes. Personalmente creo que no es así. El ser humano lleva inscrito en su interior el cuidado eterno de su propia descendencia. Por eso, por encima de cualquier error cometido, uno puede contar siempre con la confianza y ayuda de los padres. Pero, ¿qué hay de la reciprocidad de esos actos?
No todos tenemos hijos pero sí todos tenemos (o hemos tenido) padres. En eso, los que tenemos hijos tenemos cierta ventaja: sabemos lo que cuesta poner los medios para que crezcan y sean auténticas personas. Uno se da cuenta del sacrificio que supone cada uno y es en ese momento donde creo que deberíamos echar la vista atrás. Es allí donde están los sacrificios realizados por nuestros padres para que llegáramos a ser lo que somos.
Hay una franja de edad en la que debemos mirar hacia ambas direcciones: hacia nuestros pequeños, que requieren constantemente nuestra atención, y hacia nuestros mayores (padres y abuelos) que, a su manera, también la esperan. La fortaleza de los padres hace que la sufran en silencio y por ello, a menudo olvidamos que necesitan de nuestro cuidado: arreglarles un desperfecto, acompañarles al médico o un simple rato de compañía.
Conocemos y sabemos cuándo un hijo nos necesita pero ¿y nuestros padres?
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