Es curioso el papel que juega la edad de las personas en las relaciones con sus iguales. Con el tiempo te das cuenta que es algo parecido a tu carta de presentación. No puedes vivir sin ella y necesitamos conocer la de los demás. Los primeros datos que te dan, al hablarte de otra persona, son su nombre y su edad.
La edad, desgraciadamente, dice mucho de nosotros. Todos recordamos cuando, continuamente, nos la preguntaban para permitirnos, o no, entrar en la discoteca, cuando la necesitabas para tomar una cervecilla, para sacarte el permiso de conducir, etc.
En el ámbito familiar, sin darnos cuenta, usamos el mismo baremo. El problema es que, en el manual para ser un buen padre, no están detalladas esas tablas. ¿Cuándo podrá tener su propio móvil?, ¿A qué edad le permitiré que salga de noche? Efectivamente, esa respuesta no está escrita. Esa es una de las tareas que deben hacer los padres: fabricación de normas internas. El peor error que podemos cometer es coger el manual de otra familia e intentar copiarlo en la nuestra. Cada familia tiene sus peculiaridades y cada hijo es distinto. Y además ten en cuenta, también, que con la edad, esas normas pueden y deben ser negociadas.
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